“La guerra es la continuación de la política por otros medios.
El propósito político es el objetivo, la guerra es el medio.”
Karl Von Clausewitz
Cualquier análisis sobre una guerra no puede circunscribirse solo a los temas materiales, logísticos, tecnológicos y de superioridad numérica o armamentista. En su desarrollo intervienen complejos factores que responden a conflictos e intereses mayores que, en muchas ocasiones, se mantienen ocultos.
Nada más cierto ahora que el orden mundial se desmorona. Las nuevas potencias económicas y su influencia en el resto de las naciones están minando el equilibrio pactado después de la Segunda Guerra Mundial y, más concretamente, después de la Guerra Fría, que, en términos generales, nos permitía vivir en un mundo de mayores certezas, aunque siempre frágiles.
La invasión genocida de Rusia a Ucrania se asienta dentro de este escenario, potenciando el desequilibrio y presionando al mundo hacia una Guerra Nuclear.
Mucho se ha estudiado y escrito sobre la guerra, fenómeno humano al que Clausewitz definió también como un acto de fuerza cuyo objetivo es el de imponer su voluntad al adversario, y que solo puede alcanzarse mediante el desarme o la destrucción del enemigo bajo una acción militar. Bajo ese parámetro, hasta ahora, Rusia va ganando.
La polaridad de posiciones hoy día radica, de inicio, en los sistemas de valores sobre los que se asientan los gobiernos de los países involucrados. Por un lado, tenemos a Rusia y sus aliados, autocracias definidas bajo el mando centralizado de un jefe supremo; sin equilibrio de poderes; sin controles ciudadanos; sin elecciones libres y transparentes; represivos; con oligarquías creadas y controladas desde el mismo Ejecutivo; con nulo respeto a los derechos humanos; sin libertad de expresión, información y prensa; y con un control absoluto de las fuerzas militares, de la comunicación y de la economía.
Por el contrario, el otro bando, mantiene gobiernos democráticos, es decir, con autonomía y separación de los poderes públicos; con andamiajes legales que buscan garantizar la protección de los derechos humanos, la libertad de expresión, y la transparencia y universalidad de los procesos electorales; con mecanismos que promueven la rendición de cuentas y la participación ciudadana; y, en síntesis, con Estado de derecho.
En esta guerra, la comunidad internacional demócrata se ha enfocado en condenar las acciones imperialistas rusas; dotar de apoyos económicos y armas a Ucrania; establecer sanciones financieras y comerciales a su gobierno y oligarquía; y presionar al gobierno chino para que condene estas acciones. Cabe destacar que las débiles sanciones hasta ahora puestas, y que apuntarían a su debilitamiento económico, no son más que una justificación interna de que algo se está haciendo.
En tanto, la estrategia de Vladimir Putin ha consistido en desarmar a sus enemigos bajo la amenaza de iniciar una guerra nuclear, es decir, “someter al enemigo sin luchar” (Sun Tzu); legitimar continuamente esta invasión y sus consecuencias ante sus fuerzas armadas y población; aprovechar la debilidad energética europea y su dependencia hacia Rusia; mantener el apoyo de China; y hacerse territorial, política y moralmente de Ucrania tal como hizo antes con Crimea.
Todo esto anuncia que estamos ante una guerra que no va a terminar pronto. Putin llevará esta invasión hasta sus últimas consecuencias, de lo contrario perdería credibilidad y fuerza ante su propio país. Por otro lado, las naciones republicanas con potencial bélico no participarán más que como hacen ahora, a riesgo de provocar que el conflicto militar escale a uno nuclear. Es decir, apostarán al desgaste de Putin, ampliando el tiempo del conflicto a partir del envío de armas, recursos y tibias sanciones financieras.
Ahora bien, en esta ecuación, China representa un punto y aparte, sus intereses ocultos pero latentes en este conflicto, lo colocan veladamente como EL ACTOR, de manera que presionarle para que clarifique su postura y emita una condena hacia Rusia, es tan idealista como inútil.
Así lo tenemos, aplicando una de las máximas de El Arte de la Guerra: “Si podemos hacer que el enemigo muestre su posición mientras nosotros escondemos la nuestra, tendremos toda nuestra fuerza, mientras que el enemigo estará dividido”.
En este orden de ideas, parecería entonces que la estrategia obvia es la de abrir y ventilar la participación de China cambiando el enfoque. No parece descabellado aprovechar los llamados públicos a la paz de su gobierno para hacerlo parte del conflicto como mediador, obligándole con ello a dejar su supuesta “posición neutral” y alejándolo de su línea discursiva sobre la amenaza que para Rusia representó la provocación de la OTAN, dado que bajo esa retórica podrá seguir justificando su alineación al bando euroasiático.
En conclusión, Rusia y Ucrania solo representan el teatro de las operaciones; Rusia es una amenaza no solo para Ucrania, sino para el resto del mundo; los Estados Unidos acostumbrados a guerras militares, hoy tienen que ajustarse a un tipo de batalla diferente; y sin la participación abierta de China, el conflicto no tiene visos de solución.
Sin duda, esta guerra responde al proceso de involución y de estupidez humana que mostramos como sociedad global y en la que todos perderemos, empezando por el lastimado y valiente pueblo ucraniano.
* Por Marcela Jiménez Avendaño, publicado en ALERTAS SD