El cobro de piso a los microbuses

Inteligencia predictiva

Para la publicación de mi más reciente texto en inglés sobre cómo clasificar los ingresos de los cárteles en México, me metí en un brete: la enorme dificultad para traducir apropiadamente “cobro de piso”. Rendido, opté por considerarlo como extorsión y coloqué un enorme pie de página explicando los pormenores.

En la vida real, son cosas completamente distintas: la extorsión puede darse de mil formas, incluyendo el clásico de que alguien tenga acceso a fotografías o videos íntimos y se exija una suma de dinero a cambio de no divulgarlos. A diferencia del caso apuntado, el cobro de piso es una industria en la que participan miles de personas.

El cobro de piso genera docenas de millones de pesos al día en ganancias para distintos cárteles, clanes y pandillas en México. En el caso de Puebla Capital, el río de dinero que produce este delito es de tal magnitud que requiere dividirse al menos en dos partes: el del transporte público y el de los comercios.

Justamente por las aristas que posee cada parte, en este artículo apunto exclusivamente lo que corresponde al transporte público en la ciudad de Puebla.

Para los microbuses, he identificado dos tipos de cobros de piso que, aunque parezcan ser lo mismo, difícilmente podrían serlo: el primero es perpetrado por grupos criminales que se dedican a robar pasajeros, al tiempo que el segundo es de organizaciones delictivas que atentan directamente contra los transportistas.

Me explico. En el primer caso, se trata de delincuentes que manejan una especie de póliza de seguro para que las rutas de transporte paguen una suma diaria y con eso se mantenga una protección para los pasajeros.

Dicho de otra forma, los delincuentes cobran a las líneas de transporte un dinero que evita el robo a los usuarios de esas unidades. Tal extorsión tendría sentido si los criminales tuvieran una división clara y respetada de los transportes públicos en Puebla Capital, pero en la práctica es una medida descabellada porque en una sola ruta intervienen varios grupos delictivos y considerando que los criminales no expiden recibo de honorarios, no falta una unidad que sea asaltada por dos o tres pandillas distintas.

En el segundo caso, los agredidos no son los pasajeros sino las unidades, por lo que el robo va directamente contra las líneas y sus operadores. La diferencia entre el primero y el segundo caso es significativa, por los volúmenes de ganancia involucrados.

Para el caso de los robos a los usuarios, he identificado que operan dos clases de delincuentes:

El primero es un delincuente común, generalmente agrupado en pandilla, aunque hay muchos independientes. Estos pequeños grupos que se cuentan por docenas, pagan una cuota para poder robar en una ruta específica, en el entendido que hay rutas muy atractivas y otras que dejan poco margen de ganancia.

El segundo es parte de un grupo delictivo de alto impacto que se mueve para producir robo sindicado; es decir, que sus células roban efectivo, pero les interesan los celulares y los metales, ya que estos forman parte de un proceso de reciclaje que terminará en tres mercados ilícitos distintos.

El primer mercado está localizado en el Centro Histórico; el segundo en mercados periféricos (como La Cuchilla, Morelos, Unión, Jorge Murad) y el tercero está integrado por docenas de mercados fuera de Puebla Capital. Hay teléfonos celulares robados en la capital estatal que terminan vendiéndose en San Martín Texmelucan o Huixcolotla.

Así, el cobro de piso a los transportes públicos se da en dos formas básicas: por goteo o por depósito. En el primer caso, por cada vuelta que un microbús da, paga una cantidad, que generalmente suele ser de 10 pesos. Si se suman esos 10 pesos por el número de vueltas y el de las unidades que lo pagan, las cantidades espantan.

Le propongo un ejemplo: si una línea de microbuses tiene una frecuencia de 10 minutos, significa que 6 unidades deben funcionar para cubrir una hora de servicio. O dicho de otra forma, los pasajeros saben que cada 10 minutos pasa un microbús en una zona determinada.

Enfatizando que solo es un boceto de la realidad, si toda la ruta a cubrir constara de una hora de trayecto y solo hubiera un punto de recolección de extorsión, en una hora el grupo delictivo colectaría 60 pesos. Si los delincuentes cobraran ese dinero en un horario de 7 de la mañana a 7 de la tarde, son 12 colectas, lo que daría 720 pesos por microbús. Empero, el ejemplo tiene 6 unidades, por lo que la jornada dejaría a los criminales, 4 mil 320 pesos en un día.

Si esta colecta se hace de lunes a viernes, en un mes se obtienen 86 mil 400 pesos. El ejemplo que le propuse es elemental, pero si lo calcula con esos 10 pesos multiplicados por docenas de microbuses, observará que la cantidad recolectada se dispara al cielo.

Si no le es suficientemente grave el problema, agregue un elemento más: el que en una misma ruta pueden cobrar piso dos o más grupos delictivos. Siguiendo la misma lógica del ejemplo anterior, un chofer de microbús pagaría 30 pesos por una vuelta completa y si diera 8 vueltas al día, su extorsión diaria a pagar será de 240 pesos.

Generalmente, el chofer toma la sabia decisión de no perder su tiempo en la denuncia, porque le quedan claras dos cosas: hay un 1 por ciento de delitos denunciados que se esclarecen y, si los delincuentes se enteran que los denunció, terminará golpeado o en una fosa clandestina.

Considere la cantidad de combustible que el operador debe ponerle a la unidad que conduce durante su turno. Agregue la cantidad de dinero que debe entregar al dueño de la unidad y sume los 240 pesos de extorsión. El chofer del microbús debe ganar dinero para tres patrones: la gasolinera, el dueño del microbús y el crimen organizado.

Esta condición explica en buena parte el porqué los choferes de transporte público se mueven en un ritmo a todas luces esquizofrénico: bajan drásticamente la velocidad con la que conducen en ciertos tramos y en otros, aceleran. No solamente se adaptan a las condiciones de la ruta en la que trabajan y bajo los sabotajes de sus propios compañeros, sino que se mueven bajo la lógica de que tienen tres patrones a los cuales deben atender.

Si gusta agregar a esos tres recolectores de dinero (combustible, patrón y criminal) a los policías municipales y/o estatales que se aparezcan en el camino, no cabe duda que el chofer del microbús es la parte más débil de la cadena alimenticia de una ruta de transporte público.

Por lo que se refiere al segundo tipo de cobro de piso que comenté, el pago del mismo no se da por vuelta, sino por un depósito a una interminable serie de números de cuenta que lo mismo son de Coppel que de Oxxo, Elektra o alguno que otro banco comercial.

Preguntando, me dicen que los cobros de piso para algunas de las líneas de transporte pueden ir entre los 15 y los 30 mil pesos mensuales.

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Sobre los puntos para recolectar la extorsión que dan los choferes que se desplazan en Puebla Capital, todas las fuentes a las que pregunté coinciden en los siguientes: Boulevard Héroes 5 de Mayo, CAPU, Centro Histórico (10, 12, 14, 16, 18 y 20 Poniente, entre las calles 3, 5 y 7 Norte), Mercado Hidalgo, Mercado Morelos y Xilotzingo.

Los amigos disienten un poco en otros puntos, pero también señalan a: Hacienda Santa Clara (hay un paradero en la entrada) San José, San Francisco, San Ramón y Xilotzingo, sin omitir las porosas fronteras con el estado de Tlaxcala y las vías hacia las Cholulas.

Por otra parte, es importante considerar a los personeros y las organizaciones criminales que operan tal práctica. Los nombres que suenan con mayor insistencia en esa lista son las células de “El Jorobado”, “El Negro” y, “El Fede”, quienes, sin importar si entran o salen de San Miguel, mantienen en pleno funcionamiento a sus negocios.

Al estudiar el caso de los mercados Unión, Morelos e Hidalgo, aparecen de inmediato dos organizaciones: “Los 14´s” y “El Grillo”. Del primer grupo, del que he escrito profusamente en otros medios de comunicación, es evidente que se trata apenas de uno de sus múltiples modos de ingreso, considerando que su especialidad apunta hacia el narcomenudeo, el cobro de piso a comerciantes y el sicariato.

En el caso de “El Grillo”, quien parece no tener descanso aún y habida cuenta que el Mercado Morelos funciona entre otras cosas, como un queso gruyere, es de entenderse que una panda de criminales haga lo suyo y se esconda entre los pasillos del recinto. Pocos se atreverían a intentar cazarlos al interior de ese mercado.

Así, distintos narcomenudistas de poca monta que operan en la zona, complementan sus ingresos robando a pasajeros de microbuses y por supuesto, cobrando piso a no pocos microbuses que se mueven por la zona

En ese sentido, es menester revisar los archivos: aparece de nuevo “El Costras”, uno de los encargados de operar la fosa clandestina que “El Grillo” tenía en las inmediaciones del mercado Morelos y emprendedor de distintos actos criminales enmarcados en las elecciones del 1 de julio de 2018, fichado por Silvia Carolina, “La Patrona”.

“El Costras” trabajaba antes de 2017 en el estacionamiento del Mercado Morelos. Auténtica caza talentos, “La Patrona”, le fue encargando algunos trabajos y finalmente le encomendó el robo de autopartes, que entregaba en locales afines, en la 46 Poniente.

A velocidades que marean, “El Costras” terminó por ser el hombre a cargo de la seguridad de Silvia Carolina y de su señor padre, durante una temporada. Por otra parte, la pandilla de “Los Pillines”, con epicentro en Plaza Tolín y Plaza Loreto, se encontraba bajo la égida de un asociado de la viuda de “El Grillo” y comenzaron a ser neutralizados por otro personaje con operaciones en el Morelos, “El caimán”.

En su momento, “El caimán” levantó a dos de sus adversarios y tras tirarlos el 6 y 17 de septiembre de 2022 en las colonias Tepeyac y Naciones Unidas respectivamente, divulgó que él era el dueño del cobro de piso en dichas plazas, sus inmediaciones y la colonia Roma.

Tampoco se olvida que, en algún momento de desesperación, “El Grillo” decidió contratar por medio de su extinto hermano Fernando, a una familia para cobrar el piso en el Morelos y sus alrededores: así nacieron “Los Tobis”, experimento que no duró demasiado y que terminó en septiembre de 2022.

Uniendo todos los puntos, cabe señalar que en el cobro de piso a los microbuses que de una forma u otra pasan por el Mercado Morelos, también son rehenes de las pugnas que se dan en dicho lugar: pagan una extorsión que bien a bien sería complicado identificar al beneficiario pero apuntan a una línea de negocio que anida, no solo en el Morelos sino en los centros comerciales cercanos, Unión, Cuchilla e Hidalgo.

Resumiendo: el cobro de piso a los microbuses de Puebla Capital no debe verse como un conjunto de vivales timando a choferes. Es uno de los tentáculos de la delincuencia organizada que opera a lo largo y ancho del municipio y no se va a eliminar exhortando a la denuncia ciudadana.

El tema es por mucho, de interés municipal y estatal, dado que los grupos de alto impacto que operan en la capital poblana, forzosamente pasan por uno o varios de los mercados públicos, de ahí que la especie de que las ejecuciones cometidas en su interior, son un tema exclusivo del gobierno municipal, no resiste el menor análisis

A menos que la consigna sea proteger o atacar, según sea el caso, a dos de cinco candidatos al gobierno estatal y que de distintos modos han estado conectados con esas organizaciones delictivas. El tiempo dirá.

 

*ARD